Que el sol brille mucho tiempo sobre ti,
Bendición irlandesa
que el amor te rodee siempre
y que la pura luz que mora en ti guíe tus pasos.
Sol, generador y portador de vida
Si la tierra es nuestra madre, amalurra, podemos referirnos al sol como nuestro padre. El oro, para los antiguos, es el metal que representa al sol. Allí donde está presente la luz del sol no hay oscuridad en el amplio sentido de la palabra.
Para los incas, sus antepasados fueron creados el primer día después de la creación del sol, y por eso decían que eran los hijos del sol, los hijos de Inti. En las antiguas civilizaciones el sol era el dios visible, el que guiaba a nuestro pequeño universo y destruía las tinieblas. Era adorado por todos y, a veces, temido. La luz suprema del sol era la manifestación primera de la vida.
Para los antiguos todas las cosas estaban conectadas con el sol, generador y portador de vida y consciencia humana. Muchos y diversos eran sus nombres sagrados: Apolo, para los griegos; Júpiter, para los romanos; la diosa Amaterasu, en Japón; Mitra, en el antiguo imperio iraní; Ahura Mazda, para los persas; Ra, entre los egipcios; Thor, para los germanos; Sûrya, entre los hindúes; Shamash, en Mesopotamia; Huitzilopochtli, para los aztecas; Kinich Ahau, entre los mayas…
Entre los antiguos existía también la certeza de que el sol era el origen de la vida. Heráclito enseñaba que el mundo formaba una unidad por sí mismo, y que no había sido creado por ningún dios ni por ningún hombre, sino que ha sido, es y será eternamente un fuego vivo que se enciende y se apaga con arreglo a leyes: “El fuego es la primera materia y la primera fuerza. El fuego se convierte en agua y en tierra; así lo único se transforma en mucho, en todo. El fuego se apaga, muere, convirtiéndose en agua y en tierra”.
A este proceso de “extinción” del fuego, el filosofo griego, lo llama el “camino hacia abajo”. Pero “el camino hacia arriba y hacia abajo” es uno y el mismo. Todas las cosas se convierten en fuego; el fuego se enciende, nace”.
Hágase luz, y hubo luz
Según Platón el fuego penetraba en el mundo entero y en esencia era la misma sustancia divina que poseían las estrellas. En el Génesis también encontramos referencias al sol en el momento de la creación. Dijo Dios el primer día: “Hágase la luz, y hubo luz, y apartó la luz de la oscuridad!”. Todavía hoy en día decimos “dar a luz” cuando el niño surge del vientre oscuro y cálido de su madre. O “se le encendió la luz” cuando alguien tiene un momento especialmente clarividente.
Símbolos solares
El fuego y el oro son los “símbolos” más cercanos del sol en la tierra. El fuego es luz que surge de la tierra. Las deidades solares eran representadas en oro, el metal solar. El símbolo de la esfinge con un cuerpo de león y una cabeza humana, es una representación o imagen viva del dios Sol. Para los chinos el dragón es el protector del sol. El séptimo chakra, sahasrara, está representado por el loto de los mil pétalos y hace alusión a los rayos inmortales del sol. Muchos rituales solares se celebran aún con el fuego, entre ellos el más conocido es el del solsticio de verano, la fiesta de San Juan.
En el País Vasco tenemos también nuestro propio símbolo solar, el lauburu, una esvástica de cuatro cabezas en circulo, que representa al sol moviéndose en el cielo, y cuyo origen se remonta al menos a 2500-1750 años a. C. También tenemos la flor del sol, eguzkilore, que se coloca desde antiguo en las puertas de nuestras casas como símbolo del sol y que desempeña las mismas funciones místicas atribuidas al astro rey. El eguzkilore ahuyenta a los malos espíritus y las tempestades, y nos trae paz.
Una estrella entre billones
El sol, del latín solis, dios invictus, cuya raíz es sauel, brillar. El sol es una estrella del sistema solar y constituye la mayor fuente de radiación electromágnetica de este sistema planetario. Es una esfera casi perfecta de plasma, pero todavía es un misterio para la humanidad. El sol es una estrella entre billones, y nosotros somos una mota de polvo en un rayo de luz. La luz del sol es portadora realmente de tres cualidades que podemos incorporar los seres humanos: luz para nuestros pensamientos, calor para nuestros sentimientos y energía vital para nuestro organismo.
Entre nosotros, actualmente, no es mucho más que una bola de fuego. Para los científicos una mezcla de hidrógeno y helio -nueve partes de hidrógeno por una de helio-, que, a pesar de estar a millones de kilómetros de nosotros, sustenta casi todas las formas de vida en la tierra a través de su energía en forma de luz solar. La visión mecanicista, una vez más, es ciega para reconocer que sin el sol no existiría la tierra misma tal como la conocemos ahora.
El sol es capaz de emitir continuamente o puntualmente la totalidad de las radiaciones electromagnéticas, desde las ondas radio-eléctricas hasta los rayos X y los gama, pasando por los infrarrojo, la luz visible y los ultravioleta. Gran parte de las radiaciones son filtradas por la atmósfera que rodea la tierra y no nos llegan.
El ojo humano percibe como luz solo una octava parte de todo el espectro irradiado por el sol. Nos podemos imaginar que el resto de la radiación no visible al ojo humano no está de más, sino que ayuda a mantener la vida o es la vida misma.
Viento solar
National Geographic publicó que el sol vierte en el sistema solar un torrente de partículas con carga eléctrica llamado viento solar y que miles de millones de toneladas de carga eléctrica escapan del halo que rodea al sol, la corona, a millones de kilómetros por hora. Según la revista científica, la emisión energética del sol varía en ciclos de máximos y mínimos con una regularidad bastante cercana a los 11 años, cuando tiene lugar el apogeo del ciclo de las manchas solares; y cuando el campo magnético es más turbulento. Durante este intervalo, el campo magnético principal del sol se invierte. El polo norte se convierte en el polo sur, y vuelve a su estado original en el ciclo siguiente. Esto mismo lo dice la NASA.
Estos ciclos, así como la aparición de las manchas y las “tormentas” solares dan lugar a cambios climáticos, electromagnéticos y cambios en la salud de los seres humanos, entre otros habitantes que la nave tierra tiene. Dicha nave funciona con energía solar y la luz es energía viva que se derrama sobre la tierra y sus habitantes desde el corazón de nuestro sistema planetario, el sol.
El sol da vida a la tierra. El gas carbónico del aire se une con el agua bajo el estímulo de la luz solar, es la llamada fotosíntesis o reacción que forma la estructura de las plantas, de las que nos alimentamos. El sol hace posible que los vegetales tomen el carbono del gas carbónico del aire para crecer. Al absorber el carbono, el hidrógeno y el oxígeno del aire y del agua, la planta fija el carbono y elimina el oxígeno (O2) y nos lo ofrece gratuitamente a todos los seres humanos y animales que lo necesitamos para nuestra respiración.
Cuando comemos, comemos sol
Los seres humanos comemos sol. Los alimentos vivos, frutas, verduras, frutos secos, cereales son, por así decirlo, concentrados de energía solar. El sol “cocina” para nosotros las plantas que nos alimentan. Quizás una de las mayores diferencias entre una alimentación sana o vegetariana y la concentrada en carnes resida en la cantidad de radiación solar que contienen. Las frutas y las verduras están totalmente impregnadas de la luz solar y no son más que una “condensación” de dicha luz, que una vez absorbida no deja ninguna traza, ningún desecho. Los alimentos vivos, especialmente los alimentos crudos nos aportan en último término la luz del sol que puede ser absorbida por todas las células. Podemos así vivir de luz. En cambio, los animales herbívoros al ingerir la hierba se quedan para ellos la luz solar, por eso la carne que consumimos es carente de dicha energía. Además, la carne contiene muchos residuos de desecho y tóxicos para el organismo humano.
Uno de los más renombrados científicos de esta época, Henri Laborit, nos dice que todas las formas vivientes de la biosfera pueden considerarse como el resultado de la “puesta a punto” particular de la materia, gracias a la energía lumínica derramada sobre nuestro globo por los fotones solares: “La alimentación no es, realmente, más que la energía de los fotones solares transformada en energía bioquímica. Un fotón es la partícula elemental de luz”.
El sol, dador de vida
El sol es energía viva que se derrama sobre la tierra. Espíritu solar que nos da vida. La luz del sol posee entre un número grande de rayos, los rayos ultravioleta A (UVA), ultravioleta B y ultravioleta C. Y la luz es al mismo tiempo un alimento para el cuerpo y para la piel. Nuestra piel necesita sentir la luz, el calor y la energía del sol, por eso hemos aconsejado en estas últimas semanas, durante este encierro en nuestras casas, que al menos saliésemos a los balcones y terrazas, o, en su caso, abriésemos las ventanas, para sentir el sol en nuestra piel, a poder ser en toda nuestra piel, también en esas zonas que tapamos. Curiosamente la zona genital, palabra que tiene la misma raíz que génesis, que es origen, está aislada de la luz, del origen de todas las cosas, por una falsa moralidad al uso. Cuando tomamos el sol desnudos recibimos la energía vital del sol en todo nuestro cuerpo.
Los efectos beneficiosos del sol son inconmensurables. El sol es un gran destructor de microorganismos patógenos. Aumenta la circulación de la sangre, favoreciendo los mecanismos defensivos ante elementos extraños como hongos o parásitos y estimulando los procesos de desintoxicación del organismo. Ayuda también en la síntesis de vitamina D, que verdaderamente es la hormona de la luz. Con el efecto de los rayos ultravioleta un derivado del colesterol se transforma en vitamina D. Unos veinte minutos de sol es suficiente para la fotosíntesis de la vitamina D necesaria. Esta vitamina, además, actúa en la regulación del calcio en el organismo y dirige la calcificación de los huesos. El aumento del calcio y los fosfatos en sangre, favorecen la calcificación o remineralización ósea. Investigaciones de las últimas décadas muestran que el déficit de la vitamina D acarrea una mayor frecuencia de enfermedades graves, incluida el cáncer.
Igualmente, la luz del sol favorece la curación de ciertas enfermedades cutáneas. La vasodilatación y el aumento del metabolismo favorece la curación de heridas y enfermedades de la piel. Se acelera así su renovación. Tiene también una acción analgésica y un efecto tonificante sobre los músculos.
Un órgano vivo
La piel aparece entonces como un gran regulador de nuestro equilibrio interno. La piel es un órgano vivo, el más extenso de nuestro cuerpo. La piel no es sólo una capa protectora; es un órgano con múltiples funciones. Al igual que todos los órganos de los sentidos es una prolongación de nuestro sistema nervioso. Cuando comienza a desarrollarse el embrión dentro del vientre materno, está formado por tres capas. De la más externa de ellas surge y se desarrolla el sistema nervioso, los sentidos y la piel. La piel nos permite sentir y percibir el mundo de muchas maneras, por algo el tacto es el primero de los sentidos en la evolución del cuerpo humano y el más completo al nacer. Se reconoce igualmente cada vez más la función de la piel como “glándula” que actúa regulando a todos los tejidos del cuerpo.
La piel es también la frontera con el exterior. De la piel hacia dentro soy yo, de la piel hacia fuera son los demás. Y las alteraciones en las relaciones humanas se reflejan con frecuencia como enfermedades de la piel. Como decíamos antes muchas de ellas mejoran con la exposición al sol. El sol da vida a nuestra piel y a través de ella al organismo todo. La piel recibe la luz y la envía a todas las células.
El sol como terapia
El sol también es un elemento para la curación: La helioterapia (viene de helios, sol). Se ha observado que las personas enfermas, cuando reciben una cura de sol, aumentan la tasa de hemoglobina y del número de hematíes (glóbulos rojos), y de los leucocitos (glóbulos blancos).
La acción del sol sobre el sistema nervioso y los procesos psicoemocionales está mas que demostrado. La acción eufórica del sol es muy clara, no tenemos más que recordar el carácter de las personas que viven en los países tropicales. Sabemos que las personas que tienen la suerte de vivir en los países con más luz solar son en general más extrovertidas y alegres que las que viven a falta de luz. Cuando la intensidad de la luz disminuye, el cuerpo aumenta la producción de melatonina, que nos envuelve en un estado de somnolencia. El sol influye en nuestro estado de ánimo. La luz del sol nos trae alegría. Hermann Hesse lo definió así: “Cuando del cielo nublado desciende un rayo de sol sobre una calleja oscura, da igual lo que ilumine: los cascotes del suelo, el papel desgarrado de un anuncio en la pared o la rubia cabeza de un niño. Trae luz, trae magia, transfigura”.
En nuestra latitud, en el otoño, cuando la luz va en retroceso, surge la depresión estacional en muchas personas. En los países nórdicos, durante la larga noche de invierno se utilizan “lámparas de espectro solar”, con una luz que asemeja a la radiación solar, en la prevención y el tratamiento de la depresión estacional. Estas lámparas son aconsejables para las personas que trabajan o viven en lugares donde no entra la luz del sol. Algún día también conoceremos los efectos perjudiciales del confinamiento actual en la salud física y también psicoemocional al faltar el contacto con la luz del sol en esta “primavera perdida”.
La luz abre a las flores y también a las personas. Por muchas vías, conocidas o no conocidas, el sol nos nutre y nos cuida. Y la luz del sol es tan importante para la piel como para el cuerpo y la mente. Las personas se deprimen ante un día nublado y se animan cuando hace sol y hay más luz. Decimos que una persona tiene muchas luces, o está iluminado. Hablamos de personas lucidas, de lucidez, de que se nos ha encendido la bombilla. El término luz proviene del latín lux. En la mitología romana, Lucifer, es el “portador de la luz”, de lux “luz” y “fero” llevar, e incluso en el concepto cristiano difiere mucho de Satanás, que etimológicamente significa el adversario.
Luces y sombras
Pero en la vida hay luces y sombras, y no podemos olvidar que hay momentos para el sol y momentos para la sombra. La vida es equilibrio entre opuestos. Lo más saludable a la hora de tomar el sol se encuentra en el punto medio. Cuando más calienta el sol podemos hacer como los animales; ponernos a la sombra. La mejor protección y la más eficaz ante el sol es no exponernos en exceso.
Lo ideal es la progresiva adaptación a los rayos solares. Es mejor tomarlo repetidas veces que “empacharnos” de una sola vez. Los rayos del sol penetran más cuando el sol se encuentra en lo más alto, en el zenit. Al incidir perpendicularmente, la capa protectora de la atmósfera que filtra los rayos solares es menos extensa. En ese momento, al mediodía, predominan también los rayos infrarrojos, los que dan calor y pueden quemar más fácilmente la piel. Por eso la hora más recomendable para tomar el sol durante el verano es a primera hora de la mañana y a última hora de la tarde. Como siempre la mejor manera de alimentarnos del sol toma parte del arte de vivir o higiene en el más amplio sentido de la palabra.
Podemos proteger nuestra piel con una crema, especialmente a los niños pequeños, eligiendo siempre una crema lo más natural posible. Los protectores de pantalla mineral son los más indicados, ya que a diferencia de los filtros solares sintéticos, forman una barrera física que refleja los rayos UVA y UVB. En este caso la protección de la piel comienza inmediatamente después de la aplicación. Estos filtros contienen pigmentos inorgánicos, como el dióxido de titanio, el óxido de zinc o el silicato, elementos que no penetran en la piel. Por el contrario, los filtros de protección solar químicos son unas combinaciones sintéticas complejas que debido a su estructura y su reacción en la piel, conducen a una absorción de los rayos UVA. Pero tienen un efecto contaminante para la piel.
Las gafas de sol, asimismo, tienen que proteger de los rayos UV en un 100%. Debemos asegurarnos de que las gafas sean de buena calidad. Las gafas de niños deben tener la marca UV 400, lo que garantiza que son capaces de retener hasta 400nm. Si nos limitamos a utilizar cristales oscuros o plásticos, correremos el riesgo de que la pupila se dilate para ver mejor, de forma que los rayos perjudiciales podrían filtrarse en nuestros ojos, y dañarlos mucho.
En su justa medida
El sol en su justa medida nos “alimenta” pero en exceso nos perjudica, de la misma manera que el agua también nos calma la sed pero en exceso nos puede ahogar. No es el sol el que perjudica a la piel sino su exceso. La sobreexposición a los rayos ultravioleta B pueden quemar la piel. La mayoría de los rayos ultravioleta C son absorbidos por la capa de ozono de la atmósfera y no llegan a la tierra. El exceso de rayos UVA son los que se relacionan más con el envejecimiento y las arrugas de la piel, mientras que los UVB están relacionados con los eritemas o quemadura solar. Los rayos del sol son filtrados por la atmósfera y el actual agujero de ozono o disminución de la concentración de ozono, da lugar a que pasen con más facilidad. De la misma manera que utilizamos el fuego sabiendo que con el podemos cocinar, pero también nos puede quemar, podemos aprovechar la energía vital que nos envía el sol, origen de toda la vida en nuestro planeta, sin quemarnos. El sol, además de la luz, nos aporta calor y vida.
El estímulo del sol unido al contacto con la tierra, el agua y el aire, es necesario para la piel y la salud de todo el organismo. El problema surge cuando nos “quemamos” la piel con el sol. Como cualquier quemadura, la quemadura solar altera la estructura de la piel. La excesiva exposición de la piel a los rayos del sol facilitan su envejecimiento, sin embargo la exposición en su punto medio tonifica y da vitalidad a la piel y al organismo en general. El sol, además de la luz, nos aporta calor y vida. En los últimos tiempos ha llegado a nosotros, en recomendaciones de ciertos “cientifistas”, la idea de que el sol poco menos que es nocivo para la salud. Con ello han aumentado ciertas enfermedades graves y más que saldrán a la luz los próximos años.
Corazón de oro
En su origen la energía de la tierra proviene del sol. El oro no es más que luz solar materializada. Es el elemento más puro, más maleable y más flexible, como las personas que tienen un corazón de oro y una mente de luz. Somos seres de luz, portadores de luz. Lo sentimos cuando tenemos nuestro plexo solar abierto, nuestro fuego interno vivo, y se refleja también en nuestra aura, en el aro alrededor de la cabeza, que se ha representado históricamente en el halo o aureola de los santos, una luz divina a modo de corona. Del pecho de Jesús, de su corazón, también emanaban rayos del sol siguiendo tradiciones más antiguas todavía. La manera de orientar los centros de culto paganos hacia el nacimiento del sol, también se adopto en las iglesias cristianas, construidas incluso con el altar hacia el nacimiento del sol en el día de fiesta de su santo patrón.
Que la luz del SOL nos ilumine y de calor a nuestro corazón!
Dr. Karmelo Bizkarra Maiztegi
Director médico del Centro de Salud Vital Zuhaizpe