¿Qué niño o niña no ha trepado por las ramas de un cerezo hasta alcanzar esa pequeña bola roja suspendida de un pedúnculo? ¿Y quién no se ha colgado, cual pendientes de perlas rojas, dos cerezas entre las orejas?
Pequeña y redonda, de color rojo intenso, a veces casi morado, la cereza es esa fruta que nos remite a recuerdos de la infancia, a los bucólicos días de verano, a paseos por valles y senderos, y a sabores e instantes que no se olvidan, por eso hemos elegido la cereza como el alimento del mes de junio, este mes en el que la luz del sol ha transformado la flor del árbol del cerezo, blanca en primavera, en una perla roja.
Nuestros mercados se llenan estos días de cestas repletas de estos frutos y todas sus variedades, unas más dulces y otras más ácidas, como las guindas, unas con rabo y otras sin él, y aunque las más comunes son rojas también podemos encontrar cerezas amarillas, verdes, de granate intenso o de color púrpura. Esta fruta tan especial tiene más de mil variedades, todas únicas, como lo son todas y cada una de las perlas.
Un poco de historia
Apreciada hace siglos por griegos y romanos, estos pequeños frutos crecían de forma silvestre alrededor del Mar Caspio y del Mar Negro. Originaria de Asia se extendió por el continente europeo y durante mucho tiempo fue considerada como una fruta reservada a las ceremonias y fiestas. La cereza es, de hecho, símbolo de belleza y pureza, y siempre ha sido relacionada con la sensualidad. ¿Conocéis ese mito que dice que si logras hacer un nudo con el rabo de una cereza es que sabes besar apasionadamente?
El origen etimológico del término «cereza» es objeto de controversia. Una de las hipótesis más creíbles asegura que este término procede del griego «kérasos», nombre con el cual los griegos denominaban a esta fruta. Más tarde los romanos adoptaron este nombre y lo hicieron propio llamando a esta fruta «cerasus», de donde derivaría al término actual. Se cuenta que tras la conquista por los romanos de esta colonia griega en la actual Turquía, el general Lucio Licinio Lúculo llevó 74 ejemplares diferentes de cerezas a la ciudad de Roma.
El valle del Jerte
Pero dejemos atrás la antigüedad. La cereza es el fruto del cerezo, cuyo nombre botánico es prunus avium, un árbol de la misma familia que otras frutas igualmente sabrosas como son el melocotón, el albaricoque y la ciruela.
Como decíamos tiene variedades más dulces o más ácidas, y quizás la picota sea la perla roja más exquisita, por ser especialmente dulce, de pulpa tersa y suculenta y sin rabo. El origen de esta variedad tan preciada está en ese hermoso valle que al menos una vez en la vida hay que visitar en primavera, cuando los cerezos en flor pintan de blanco la tierra árida del Valle del Jerte. Un espectáculo digno de ver.
Pico Negro, Pico Limón, Pico Colorado, Cuallarga, Burlat, Stark Hardy, Napoleón, Monzón, Tártara Negra, Lapins, Vittoria, Primular, Celeste o Ulster son otras variedades conocidas que además de comer tal cual, de una a una, podemos utilizar para hacer ricas mermeladas o confituras. Y una curiosidad: podemos utilizar todas sus partes; los rabos o pedúnculos para hacer ricas infusiones y los huesos para hacer sacos térmicos.
Rica en pigmentos
A pesar de ser pequeñas sus excelentes propiedades hacen que sean un auténtico elixir. Estas perlas rojas son una dulce tentación que nos aportan muchos antioxidantes. Si por algo se caracterizan las cerezas es por su alto contenido en antocianos o antiocianidinas; precisamente son estos ricos pigmentos los que le dan ese color rojo intenso. Además está repleta de vitaminas y minerales: es bastante rica en potasio (250 mg), y contiene betacarotenos (400 mcg), vitaminas del grupo B, y vitamina C (15 mg) y vit. E (0,1 mg).
Pero volvamos a esos paseos de verano entre cerezos. Las cerezas maduran entre mayo y julio, y, ahora, en pleno solsticio de verano, están en su esplendor. Una época ideal para caminar por esos valles que se han pintado de verde y rojo, y que hemos podido recorrer en primavera, entonces pintados de blanco.
La flor del cerezo
La flor blanca del cerezo anuncia el equinoccio de primavera, un momento único, con toda una simbología en muchas culturas de oriente, con ritos incluidos. Los japoneses ven en los cerezos en flor una de las manifestaciones de la belleza. La flor de sakura es por eso un símbolo de pureza y el emblema del bushi o ideal caballeresco. Para los samurais esa misma flor vuelta hacia el sol simboliza la devoción de sus vidas.
En esa cultura milenaria se celebra todos los años la floración de los cerezos, el festival de hanami, en el que familiares y amigos se reúnen para compartir alimentos bajo la sombra de los cerezos. En el país del sol naciente se han escrito miles de haikus que hacen referencia a ese momento, esos pequeños poemas de tres líneas, que también son como pequeñas perlas:
Rojas cerezas,
entre las ramas verdes
mi mano blanca.
Un comentario
Gracies, gracies per tan bonica informació!!!