“Al que sabe esperar, el tiempo le abre las puertas”. Proverbio chino

Etimológicamente paciencia proviene del latín y significa “cualidad del que sufre”.

Detrás de la impaciencia está normalmente una agitación mental y emocional, una reacción que se desencadena cuando algo o alguien interrumpe nuestros planes.

Nuestras expectativas se ven truncadas y esa energía intensa que aparece la derivamos en no querer que las cosas sean como son, como se nos presentan, y en culpar a alguien o a algo de ello (en ocasiones también a nosotros mismos).

Insistir en esto último, en consecuencia, nos lleva a un estado de frustración y sin remedio aparece la ira, el enfado.

La paciencia necesita disciplina y disciplinar nuestra mente es llevarnos hacia un estado de paz, de equilibrio y serenidad frente al conflicto o el imprevisto no deseado. Es un acto volitivo, es querer trabajarnos internamente para detectar y reconocer nuestro grado de tolerancia frente a las dificultades (cómo reaccionamos, cómo nos apegamos, cómo dependemos…), pero sobre todo, es un ejercicio de honestidad, de reconocimiento de la verdad en cualquier momento.

La aceptación de quiénes somos y cuál es nuestro presente cambiante es el primer paso para este camino hacia la paz interior, tan necesaria para poder a partir de ahí elegir ser feliz.