– Doctor, no sé qué es lo que me pasa.
– Entonces tómese estas pastillas que no sé para qué son.
En esto se ha convertido la medicina oficial de hoy: en una actividad obtusa, superficial, irresponsable. En ambulatorios tristes y hospitales desalmados. En pacientes confusos y médicos alienados, pacientes que no se conocen a sí mismos y médicos que no se conocen a sí mismos. En una pantomima de atención disfrazada de rigor tecnológico. En un protocolo impersonal sustituyendo al ojo clínico. En una pastilla narcotizante para afrontar cada deficiencia de la vida.
Y, con todo, eso es lo menos malo. Estos dos últimos años han desvelado la peligrosa connivencia de la medicina con la industria farmacéutica, la cual costea los congresos médicos en lujosos hoteles, financia revistas científicas, asociaciones de pediatría y colegios médicos y, contamina, en definitiva, toda la práctica médica de inaceptables conflictos de interés. Incluso la Organización Mundial de la Salud, a la que los estados están entregando en estos momentos su soberanía, está financiada mayoritariamente por intereses privados.
Esto es lo que denuncia el doctor Karmelo Bizkarra en su último libro, La medicina proscrita. El fundador y director médico del Centro de Salud Vital Zuhaizpe hace un breve repaso de la historia de la medicina natural y rescata del olvido a algunos de los médicos que a lo largo de la historia sufrieron el desdén, la persecución e incluso la cárcel y la muerte, por cuestionarse los métodos oficiales de tratamiento de las enfermedades de cada época y plantear otros enfoques de salud.
Según el doctor Bizkarra, “la medicina integrativa, la medicina con alma, la que no alivia simplemente los síntomas y no anestesia la realidad ni esconde al paciente de sí mismo, ha ido casi sin remedio a contracorriente de los estamentos sanitarios oficiales y ha recibido muchas veces, como respuesta habitual, la incomprensión, el acoso o el olvido. Desde la persecución de la Inquisición a Ramón Llull, al arresto domiciliario de Jan Baptista van Helmont y a la cárcel en la que murió de tristeza Wilhelm Reich. Del exilio de Ryke Geerd Hamer, a la hoguera en la que mataron a Miguel Servet y al fuego en el que ardió el Goetheanum de Rudolf Steiner o el centro de salud de Elisabeth Kübler Ross”.
Y las cosas no han cambiado. Esta lucha desigual entre una poderosa corriente oficial y las medicinas naturales se repite en la actualidad. Y así, la medicina integrativa es tratada con condescendencia y tildada de alternativa o pseudociencia, mientras la medicina convencional dilapida presupuestos y trata en vano de resolver los problemas que ella misma provoca. Una medicina oficial perversamente unida a esa gran industria farmacéutica que se inventa las enfermedades para luego vender sus tratamientos. Una medicina enferma que hace enfermar. “La medicina oficial está a punto de entrar en la UVI”, dice Bizkarra. “Con la modernidad, ha ganado en la oferta de una lista interminable de medicamentos de síntesis, en la tecnología médica más avanzada de la historia y en la proyección de un futuro de atención a distancia y en ausencia de médico, conocido como telemedicina, y ha perdido en todo lo demás. Respecto a la medicina de hace apenas unas décadas y respecto a la que se practicaba en la antigüedad en culturas de todo el mundo, ha mermado su interés por la persona enferma y la preocupación real por su salud. Humanamente, se atiende peor”, afirma.
A partir de una influencia perniciosa de la industria sanitaria, viene “el abuso de poder, la imposición del biopoder, la compra de voluntades, la decisión unilateral acerca de lo que está bien y lo que está mal. La corriente principal arrasando o pretendiendo arrasar con todo. Y distintas medicinas que se ejercían con valiosos resultados acaban siendo ignoradas, rechazadas y olvidadas. En resumen, la medicina integrista impidiendo que la medicina integrativa, que combina lo mejor de la tradición con lo mejor de la innovación, se haga popular”, se lamenta Bizkarra.
“La medicina convencional actual se ha convertido en una actividad mecánica que evita enfrentarse a la verdadera causa de la enfermedad, que es nuestra forma de vida”. Y eso, como dice Bizkarra, “eso es lo que ha ofrecido el linaje de la medicina natural desde el principio de los tiempos: cuidarse para curarse. Ayudar a las personas a conquistar su salud cada día por medio de la higiene, la dieta, los buenos hábitos, las relaciones cooperativas, así como a través del enorme poder curativo del autoconocimiento”.
Sin embargo, en la actualidad, esas recomendaciones sencillas han sido marginadas de nuevo por el estamento médico oficial y el sector de la farmacia sin ética, y han pasado de ser una aportación a ser un perjuicio, “de ser prescritas a ser proscritas”. La historia, una vez más, se repite.
Autor: Alejandro Fernández Aldasoro
3 respuestas
La gran verdad
¡¡¡Sin pelos en la lengua!!!
Que miedo, estoy diagnosticada de Toc y Transtorns esquizo afectivo. No logro salir de mi adicción al azúcar y no sé a quién recurrir.
Un artículo realmente aterrador.